domingo, 28 de octubre de 2018

Ella estaba ahí, mirando a la nada, dándome la espalda, en su disfraz de piel con todo ese conjunto de curvas, comisuras, entradas y salidas de los cuales ya había tomado provecho momentos antes. Sin mirarla me atreví a recorrer cada parte de su cuerpo con la yema de mis dedos empezando por su barbilla, bajando por el cuello y aprendiendo de memoria la separación exacta que hay entre sus pechos, los grados de inclinación de su cadera para por fin llegar al clímax de su cuerpo ese donde jugueteaba con mi lengua y mis dedos para que ella me regalara un poco de su esencia en cada gemido, en cada respiración, en cada apretón de mis biceps con cada movimiento de mi lengua, agitados quedamos después de varios momentos efímeros que parecieron años de estimulaciones tempranas, de besos intensos y mordidas carnales en las cuales ella hacía notar su dominio ante mi.

Después dormimos, aunque en realidad no descansamos, cada uno pensando en sus cosas, la vida cotidiana que llevamos volvía poco a poco a nuestra mente, cuando ella se levantó pude notar su figura por última vez en ropa interior, esa silueta tan delgada, fina y al mismo tiempo salvaje, luego, se marchó, se marchó dejándome con el recuerdo de su boca, del olor de su piel y ese repiqueteo constante de miradas mientras intentábamos darlo todo sin soltar nada.

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